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EL OBJETO Y LA MIRADA

 

 

Resulta imposible observar las piezas de Daniel Solomons y no llevarse una sorpresa. Su factura no deja indiferente a nadie, ni siquiera a los que deambulan por las galerías accidentalmente. Hay una paradoja de fondo: impresionar no es el objetivo que se plantea el artista madrileño, cuya producción, hoy por hoy, gira en torno a la creación de esculturas metálicas con planos de color. Y es que la creatividad de Solomons se alimenta de un conglomerado de estilos y es permeable a tendencias que van desde el minimalismo a la abstracción: Donald Judd, Richard Deacon, Malevitch, Fran Gehry o Anthony Caro, entre otros, se encuentran en la nómina de sus intereses.

 

Solomons no solo utiliza numerosas referencias arquitectónicas y visuales, sino que se nutre, en su viaje de profundización e investigación iconográfica, de la atenta lectura de los llamados poetas mentalistas anglosajones, de raigambre simbolista, cuyas voces estimulan sus estilizadas variaciones. No cabe la menor duda de que en estas piezas parecen oírse los versos, apenas susurrados, de William Blake, Frost, Merrill, Wilbur, incluso pueden escucharse las enseñanzas teóricas  del hermeneuta George Steiner. Conviene señalar que pese a su sobriedad, incluso a su falsa simplicidad, sus obras son de una elegancia de altos y diferentes registros. Aunque su mundo está aún por descubrir, su mirada poliédrica ha dado pie a una eclosión de formas metálicas rectas, alineadas y coloreadas, que tratan de sintetizar el metal y sus múltiples posibilidades, mostrando su preocupación por el volumen y la superficie, y estableciendo, además, un intenso diálogo con el espacio y la luz.

De esta manera, las texturas de las superficies son esenciales y se relacionan íntimamente con su entorno, desafiando nuestra percepción, es decir, el artista compromete al que mira con los objetos mirados. De hecho, su peculiar proceso de trabajo puede resultar excesivo para los amantes de las formas escultóricas tradicionales.

 

Daniel Solomons nunca se ha desligado de la pintura, base de su producción más reciente. Esto tampoco nossorprende tras examinar la selección de los colores que utiliza, y su emplazamiento compositivo, sobre el acero inoxidable pulido de sus estructuras. Aunque tienen un lejano temperamento clásico, en el sentido de que este creador moldea, ordena su quehacer, introduce una distante frialdad, evita una expresividad directa, no podemos argumentar que estas piezas sean estáticas e inamovibles, todo lo contrario, van mutando a medida que nos desplazamos, y las vigilamos, a través del espacio.   

 

Escribió Ernest Hemingway que un buen relato debe ser como un iceberg: lo que se ve es siempre menos que lo que queda bajo el agua, otorgando intensidad, misterio, fuerza y significación a lo que flota en la superficie. De alguna manera esta frase puede vincularse a la del novelista chileno Roberto Bolaño: la cultura es realidad; precisamente realidades son las esculturas de Daniel Solomons, con sus modulaciones de color, contrastes y transparencias, todo lo que encierra la representación de las cosas visibles, y que en esta obra artística se refuerza, y se hace aún más patente.     

 

Jesús Reina Palazón

Crítico de Arte y Comisario 

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